lunes, 24 de marzo de 2014

Los Bonmatí: Capítulo 4 Un horizonte negro

 El tiempo transcurrió. Los días pasaban rápido repartiendo las horas entre las clases del sabio y paciente anciano profesor Clever, pintar en el jardín, leer un libro elegido de la extensa biblioteca de mi abuela y jugar por todos los rincones de la enorme casa. Mi tía me llevaba a ver a mi madre el primer domingo de cada mes. Esperaba ansioso aquel día. Su aspecto estaba muy desmejorado desde que yo faltaba en la casa pero siempre sonreía cuando iba a verla y me aleccionaba para portarme bien, ser agradecido con mi abuela y mis tías y seguir estudiando mucho. Así llegué a mi decimocuarto cumpleaños. 

Tía Marta: - ¡Excelente! 
José: - ¿Te gusta, tía?

Profesor Clever: - ¡Increíble! Ha sabido fundir perfectamente la idea con todas las técnicas plásticas que le he enseñado...

Tía Marta: - Señor Clever, ¿verdad que tengo un sobrino que es un artista?
Doctor Clever: - Yo diría que tiene un don... Nunca conocí a nadie que captara la esencia de lo que se le explica con la rápidez y agilidad con la que lo hace este joven.
Tía Marta: - ¡Si, mi sobrino es un genio! (Mi tía se acercó a darme uno de sus cariñosos y  espontáneos besos)
José: - Tía, por favor...
Doctor Clever: - No ruboricemos al artista, jejeje...

 De repente la tía Cristina llegó muy alterada interrumpiendo nuestra escena y pronunciando aquellas palabras con la voz entrecortada.
Tía Marta: - ¡Es mamá! ¡Está muy mal! Dorotea ha avisado al médido. ¡Quiere verte José!


 Salí a toda prisa hacia el interior de la casona. Mi abuela llevaba enferma desde mi llegada. Pero en los últimos meses su salud había empeorado notablemente. Ya no comía con nosotros en el salón y no se levantaba de la cama, salvo para rezar sus oraciones sentada en sillón de su habitación, junto a sus dos hijas, a las que obligaba a permanecer en esas horas con ella.
  
En la habitación mi abuela, genio tempestuoso y temor de toda la servidumbre y de sus propias hijas, agonizaba rodeada de su confesor y de los que formábamos su familia: mis dos tías, la fiel Dorotea y yo. Estaba empapada en un frío sudor y se revolvía inquieta como un último intento de recobrar el control de sí misma y resistirse a dejar este mundo. El sacerdote implacable pronunciaba una plegaria mientras ungía con el óleo la frente de mi desvalida abuela. Ella pronunció mi nombre en medio de su delirio. Me acerqué un poco más a la cama pero no conseguía verme. Dorotea le secaba el sudor con paños fríos, las tías preocupadas a su alrededor hablaban, mientras el sacerdote subía el tono de su oración, a igual que un actor principal degradado a secundario la sube tratando de recuperar su sitio.

  Entonces una voz impetuosa desde lo más profundo del interior de la abuela salió asustando a todos. Despertó como un huracán arransando con aquellos que la importunaban, dejando claro que no doblegarían su voluntad hasta su último suspiro.
Abuela: -¡FUERAAAAA!¡Fuera todos de aquí! ¡Pajarracos de mal agüero! ¡Cuervo negro! ¡Y urracas a mi alrededor! ¡Aún no estoy muerta! ¡No vengáis ya a picotearme en vida! ¡Quiero hablar con mi nieto!¡Mi nieto José!... ¡Dejadnos solos!

 Dicho eso cayó rendida de nuevo hacia atrás en la cama. Todos salieron despavoridos y yo me quedé a su lado agarrando su mano y apretándola con mucho amor, todo el que había nacido en mi corazón en aquellos ocho  años, tratando de insuflarle así mi aire y mis fuerzas para que superara el trance.

Abuela: - José... (Dijo en un susurro en el que parecía escapársele la vida)... Acércate...
José: - ¡Abuela!... (Mi voz emocionada temblaba. Me acerqué más aún a ella y esta en otro último esfuerzo me habló muy bajo al oído. Las fuerzas parecían flaquearle de nuevo.)
Abuela: - José, eres el hombre de la familia. Termina de formarte y hazte cargo de todo lo que te pertenece. Cuida también de esas cabras locas de tus tías, en cuanto yo falte y sin nadie que las guie, se echarán a perder... Yo no me porté bien con tu madre pero...
José: - Abuela, no sigas, descansa...
Abuela: - Nooo... Escucha... Pérdoname por haberte apartado de ella todos estos años... Soy sólo una vieja egoísta... Quería arrebatarle a su hijo, como ella me lo arrebató a mí. Pero ahora que la muerte me abraza, me siento más lúcida y entiendo que si te dio la vida, no podía ser tan mala clack. Tú me has enseñado a amar de nuevo. No olvides nunca que eres un Bonmatí y defiende lo tuyo...
José: - ¿Abuela?... ¡No!... ¡Abuelaaaaa!...


   Lloré abrazado a mi abuela, recordando cada momento vivido a su lado. Poco quedaba del muchachito simple y poco instruido que se presentó a esa anciana, cuya severa mirada más que asustarle le intrigaba y que disfrutaba leyendo para ella.

   Mi tía Marta vino y me rodeó con sus brazos en su intento de llenar el vacio que la pérdida dejaba en mi alma.

 Los dos lloramos abrazados. Yo estaba desconsolado. Mi tía Cristina, en cambio, se había quedado fría. Ni una lágrima salía de sus ojos. Permanecía inmóvil mirando a la cama, sin pronunciar palabra.

Tía Marta: - ¿Qué será ahora de nosotras? ¿Qué haremos sin mamá? - Sollozaba mi tía Marta. 
   De repente la tía Cristina estalló en júbilo, como si se hubiera vuelto loca, ante nuestra sorpresa y la atónita mirada de Dorotea.
Tía Cristina: - Que qué haremos... ¡Somos libres! ¡Libres de su tiranía! Los mejores años de mi juventud se me han ído por culpa de sus absurdas normas y luto. Yo ahora no veo un horizonte negro, veo un horizonte y quiero vivir..
Tía Marta: - ¡Cristina! ¡Cállate! ¡Te has vuelto loca! ¡Cómo se te ocurre decir eso!...
Tía Cristina: - ¡No! ¡Ahora nadie me va a hacer callar!

   Casi un mes después, después del funeral y los días de duelo, nos reuníamos en el salón de la casa para la lectura del testamento. El notario llegó puntual a su cita.
   Nos saludó a todos presentándonos sus condolencias. Acto seguido entregó su capa y sombrero a Dorotea y abrió su maletín sacando unos documentos y leyendo, sin más dilación,  las últimas voluntades de mi abuela.
 
 Los tres lo escuchábamos casi sin parpadear. Dorotea no perdía tampoco detalle desde una esquina.
Notario: - ... Y es por eso mi voluntad que todo mis bienes: casas, tierras y fortuna, sean para mi nieto José, que los recibirá en su mayoría de edad y mientras tanto, nombro como su tutor legal al profesor Clever que velará porque mi nieto termine sus estudios con éxito en los mejores colegios y universidades... Mis dos hijas recibirán mis joyas para repartirselas entre las dos y tendrán sus necesidades cubiertas bajo el techo que hasta ahora han vivido y con una pensión vitalicia suficiente para sus gastos, siempre y cuando sigan solteras, mantengan su virtud y una vida honrosa, propia del apellido que llevan... Y a mi fiel Dorotea le dejo la cubertería de plata de los domingos, la mantelería de mi boda y los zarcillos de oro de mi tía-abuela en pago de sus buenos servicios...
Tia Cristina: - Pues está claro que aquí eres el único afortunado...
Tía Marta: - Me alegro por ti, cariño...
Notario: - Tienen que firmar aquí...
Dorotea: - Vaya todo un detalle por parte de la señora acordarse de una servidora...
Tía Marta: - Firma ahí, José...
Tía Cristina: - Al final todos contentos... Si pretendía seguir amarrándome desde su tumba, la lleva clara. ¡Tralarí tralaráaaa!...
Dorotea: - ¡Oh Dios Santo! ¡La señorita ha perdido la cabeza!...
José: - ¿Tía, estás bien?
Tía Cristina: - ¡Estoy mejor que nunca, cielo! Ese maldito testamento me libera de la carga de este apellido y esta casa...No quiero esa mísera pensión ni vivir ni un sólo instante más bajo este techo. Yo no vendo mi libertad.
Tía Marta: - ¡Cristina! ¡Mamá se avergonzaría de ti!
Tía Cristina: - ¡Quince años de luto! Siete años por la muerte de papá cuando teníamos solo doce años y con tan mala suerte que cuando por fin mamá permitió que pudiéramos volver a salir a la calle, murió nuestro hermano Eduardo y otros siete sin poder ni respirar sin el acecho de su moral, consumidas en vida. No, hermana. Tú a lo mejor ya has aceptado el fatídico destino que nuestra madre nos dio. Pero a mí aún me quedan unos años de juventud, mis carnes aún no están marchitas del todo y he comprobado que aún puedo despertar el deseo de un hombre si lo busco. Cogeré esas joyas que es la única herencia que me llevo y me iré bien lejos. Quiero vivirrr...
Tía Marta: - ¡Se ha vuelto loca! ¡Qué dirán los que nos conoce cuando vean que se ha marchado!
Dorotea: - ¡Ay, señorita! Ya sabe que las gentes de todas maneras van a encontar siempre de que hablar...
José: - Tía, ¿estás segura de lo que vas a hacer? Me entristece mucho que nos separemos. No necesitas marcharte lo mío es tuyo y estaréis solas en la casa. Yo ingresaré para el próximo curso en el colegio de secundaria de Bartesby.
Tía Cristina: -  Lo siento pero ya está decidido, mi sobrino querido... Hoy mismo iré a empeñar las joyas. Mañana tomaré un barco...
José: - En ese caso te deseo toda la suerte del mundo... Y quiero que sepas que aquí siempre estará esperándote tu hogar...
Tía Cristina: - Gracias, mi pequeñín... Suerte con tus estudios.
                                               CONTINUARÁ...

martes, 4 de marzo de 2014

Carta a Yuriko

Querida amiga,


   Han pasado ya casi dos años de mi viaje a Oriente. ¡Cómo pasa el tiempo! Desde que nos separamos, he tratado de contestar a todas tus cartas. Lamento haberme retrasado en responder a las últimas. Pero me han acontecido diversos sucesos que ahora pasaré a relatarte y que han sido los culpables de que mi mente haya estado muy ocupada.

 En mi última carta te hablaba de Francesco, un click italiano al que conocí en el hotel en el que veraneé y con el que mantuve un romance. Debo confesarte que fue solo algo pasajero, que finalizó con el fin del verano. No he vuelto a tener noticias de él y francamente yo tampoco he querido alargar un capítulo que creo que ya está más que cerrado. 


 Por lo demás, la vida en Clisandia ha continuado. He salido en los últimos meses un par de veces a navegar a alta mar pero el mal tiempo me ha impedido hacerlo más. Ya sabes que no temo las tormentas, en ellas a veces encuentro más paz que en la propia calma, pero en los últimos meses una extraña sensación me ha hecho sentir un miedo inusual, como un mal presagio, que me ha hecho preferir quedarme en tierra. Como consecuencia, mi vida social entre Clisandia y Wensuland se ha visto incremetada. Ha contribudo a ello la llegada hace unos meses de una joven pareja al mismo bloque en el que viven Diamante y Sus. Pese a que son algo extraños (no salen de su casa, salvo de noche; son bastante delicados en cuanto a la comida y su aspecto es de una palidez y belleza inusual), hemos congeniado muy bien con ellos. Sus y Diamante los invitaron a cenar varias veces a su casa, permitiéndonos conocerlos más. Mi buen amigo Wen desde que conoció a Sinéad, sólo parece tener ojos para ella. Es como si un lazo invisible lo uniera a ella irremediablamente. Ya no quiere salir a pescar y pasa horas encerrado en su cuarto. No sé cómo Estrella no se ha dado cuenta de su extraño comportamiento. 
  Como con Wen no puedo contar demasiado y los piratas andan cada uno ocupado con sus cosas: Othello pendiente de Fatu y disfrutando del momento dulce ante su futura paternidad; Duque viajando por medio mundo con Lilu y el resto con sus quehaceres cotidianos, he decidido dedicarme a otros nuevos intereses. Desde hace un tiempo mi pasión por las motos ha aumentado. Eros, así es como se llama el vecino de Sus, comparte conmigo mi nuevo hobby. Le encanta la velocidad y sabe muchísimo sobre motores, cilindros y potencia. Se ofreció a enseñarme todo lo que conoce y a llevarme a los sitios más fascinantes para los moteros. Nos hemos hecho buenos amigos.

 Es difícil explicar lo que siento cuando subo en la moto pero voy a tratar de explicártelo. Cascos, guantes, cazadora y botas... ocho de la tarde. El sol ya casi se escondió del todo. Es una noche de sábado pero no es una noche más. Eros aparece a la vuelta de la esquina en su moto. Caliento la mía, me monto y desconexión, desconexión total. Primera para abajo y suelto embrague, los problemas se han quedado atrás; ya no me alcanzan. Ahora estamos ella y yo solas. Ahora vamos a pasarlo bien. Siento una enorme sensación de libertad. No pienso en el destino ni en el momento de llegada. No existe un destino. Lo importante es el camino. Me siento parte integrada del paisaje y todo lo que me rodea. Una enorme paz me invade.
De repente vemos un hermoso lugar donde parar. Eros detiene su moto. Le alcanzo y me pongo junto a él. Los dos nos bajamos de las motos y nos recreamos con el paisaje tratando de respirar cada instante. Eros me pregunta:
Eros: - ¿Qué tal va?...
Duclack: - Bien, un poco brusca a veces pero muy bien. ¿La tuya?
Eros: - Bien también...

Subimos al mirador. Contemplamos el horizonte hasta perderse en penumbras. La luna brilla en el cielo. La carretera nos espera.
Tales son las sensaciones que siento sobre la moto. Mi compañero de ruta se ha convertido en casi mi hermano. Disfruto mucho de las conversaciones moteras con él. Gracias a él, he aprendido todo lo que sé sobre motos y he conocido y visto lugares que jamás imaginé.

 El pasado domingo al anochecer Eros y yo salimos con las motos, como siempre sin rumbo fijo. Descubrimos una nueva carretera de curvas continúas y sin fin, un auténtico éxtasis de placer para cualquier motero. Habíamos recorrido bastantes kilómetros cuando por el espejo retrovisor vimos las siluetas de un grupo de los nuestros. Dos dedos colocados de una manera especial sobre la moto y el sentimiento de hermandad surge. Devolvemos el gesto con nuestros dedos también en forma de V. Bajamos de las motos y el que parecía el lider de la tribu se presentó.

César: - Estáis lejos de la nacional. ¿Vais a la concentración de Saldanca?
Duclack: - No, sólo dábamos una vuelta...
César: - Mi nombre es César. Mi grupo y yo vamos camino de la concentración de motos que se celebra el fin de semana que viene en Saldanca. Vamos despacio y disfrutando del camino. Hemos hecho un alto para pasar la noche. Acampamos en un bosque cerca de aquí. ¿Queréis tomaros algo con nosotros?
    Miré a Eros y pese a su seriedad me pareció que asentía con su mirada.
Duclack: - Está bien.

César: - Tenéis cerveza fresca en esa nevera y deliciosa pizza fría. Coged lo que queráis. Servios vosotros mismos con total confianza y sentaos.

    Dentro de la tienda asomaba una chica recostada en un saco de dormir. Se incorporó un poco para vernos mejor desde su posición e hizo un gesto con un dedo al motero moreno de larga barba. Este entró a la tienda y se sentó a su lado abarcándola con sus brazos. Fuera otra pareja de moteros se daban arrumacos.

 Cogí una cerveza de la nevera. Eros declinó educadamente. Nunca bebía alcohol pero tampoco quiso de los refrescos y agua que le ofrecieron.

 Conversamos hasta casi la medianoche con aquellos moteros. Es curioso la relación de hermandad que se establece entre aquellos que comparten la pasión por las dos ruedas. Sin embargo, noté a Eros algo inquieto. No habló demasiado. Sentí como si algo le perturbara de aquellas gentes.
 Cuando nos fuimos, César me dio la mano. Nuestros caminos se separaban. Se despidió con una frase.
César: - Hasta que la carretera nos una de nuevo.

Esta noche he soñado con aquellos moteros. Hay algo misterioso en César que me atrae. Le he pedido a Eros que me acompañe a la concentración de Saldanca. Me gustaría ir allí. Pero aún no me ha querido dar una respuesta. Creo que se siente culpable de haber dejado a Sinéad un poco sola las últimas semanas. Es una chica realmente sensible y parecía triste la última vez que la vi, por otro lado ella también pasa bastante tiempo con Wen. No estoy celosa pero siento que Wen ya no es el mismo. En realidad, creo que los dos hemos cambiado desde que conocimos a Sinéad y a Eros... Espero que esto no afecte a nuestra amistad. 
  Contarte todo esto me sirve como desahogo, querida Yuriko. Sabes que aquí tienes tu casa y que puedes venir cuando desees. Te dejo, porque tengo clase de meditación con tu tío Juan y ya sabes como se enfada cuando alguien no es puntual. 

Un fuerte abrazo,

                                                          Duclack