domingo, 9 de febrero de 2014

Los Bonmatí: Capítulo 3 La casona

  José entró en  el salón de la mano de su tía Marta. Era una enorme estancia, cuyas paredes estaban adornadas con un precioso papel blanco estampado de flores. El suelo era de madera y a la derecha se encontraba una chimenea oscura, encima de la cual había un coqueto y suntuoso reloj de oro. Pero lo que más le llamó la atención a mis ojos de niño, fue sin duda el loro con plumaje rojo, amarillo y azul que seguía todos mis pasos.
José: - ¿Es un loro de verdad?
Tía Marta: - ¿Eh? Sí, es el loro de la abuela. No lo molestes o la harás enfadar. Ahora vas a conocerla. Acércate a ella y dale un beso. Verás, la abuela tiene un carácter un poco especial. Es mejor que no la importunes con preguntas, no hables mucho y hazle caso en todo lo que te diga. ¿De acuerdo?
José: - Sí, tía.
Tía Marta: - Mamá,ya estamos aquí...
Abuela: - Mucho habéis tardado. ¿Habéis tenido algún problema? ¿Estaba cortado el camino por los mineros?
Tía Marta: - No, madre. Sebastián prefirió dar un rodeo y no pasar por la vieja mina para evitar problemas. El viaje ha sido algo largo pero nos ha hecho un tiempo muy agradable y hemos venido charlando. José tiene una conversación muy amena y pese a su corta edad, no sabes la cantidad de plantas y flores que conoce. Bueno, yo mejor os dejo solos para que converséis antes de la cena.
Abuela: - Así que tú eres José...
Aquella anciana con rostro severo, que mi tía me había presentado como mi abuela, me examinó atentamente y con detenimiento, como si tratara de hacer un exhaustivo análisis de cada rasgo de mi fisonomía. Los dos nos quedamos así en silencio observándonos durante un buen rato.
Abuela: - Muchacho, ¿te ha comido la lengua el gato?
José: - No... Me han dicho que no la moleste...
Abuela: - Seguro que ha sido esa tonta de mi hija Marta la que te ha metido el susto en el cuerpo. No te he hecho venir, para que estés callado. ¿Sabes quién soy?
José: - Sí,  era la madre de mi papá, ¿verdad?
Abuela: - Así es...
José: - Me hubiera gustado conocerlo. Algunos niños en la escuela se metían conmigo diciendo que no tenía padre, que nací de una col....
Abuela: - ¡Qué estupidez! Esos niños eran unos ignorantes.
   Me impresionó la rotundidad con la que la abuela hizo su afirmación acerca de aquellos chicos. Bajo ese aspecto desvalido, había una clack de una gran seguridad y autoridad en sus palabras.
Abuela: - Todo el mundo tiene un padre. Y tú tienes que estar siempre muy orgulloso de tus raíces. La familia es lo más importante en esta vida, José. Nunca lo olvides.
José: - Lo sé. Me hubiera gustado conocer a mi padre.  Hasta ahora mamá y yo estábamos solos. Yo no sabía que teníamos más familia. Pero ahora que os he conocido, estoy muy contento de tener una familia más grande y estoy seguro de que mamá también se va alegrar mucho cuando sepa que no estaremos solos para cenar en Navidad. Nuestra casa es un poco pequeña pero allí podremos cenar todos. Mi madre sabe hacer un pollo asado exquisito...
Abuela: - Basta ya... Eres un chaspante. Tu verborrea es más irritante aún que tu silencio. Dime, ¿sabes leer?
José: - Sí. 
Abuela: - Pues veamos como lees. Coge un libro de esa estantería y traelo.
Loro: - ¡A callar y a obedecer!
José: - ¡Upps! ¡Sabe hablar! ¿Abuela, cómo se llama el loro?
Abuela: - Se llama Rubí. ¿Lo has oído? Pues haz caso al loro y obedéceme.
   Me paré delante de aquella inmensa biblioteca. Siempre me había apasionado la lectura. Mi madre me había regalado algún libro de cuentos. Pero no podía comprarme muchos más debido a su elevado precio nuevos. Tenía que conformarme con pedir prestados a las vecinas algún ejemplar que devoraba en poco tiempo. Aquella cantidad de libros guardaban un sinfín de historias por conocer. Contemplarlos despertaba en mí un tremendo anhelo de perderme entre sus letras.
   Me fui directo a una colección encuaderanada en terciopelo azul y cogí un ejemplar en cuyo lomo estaba impreso Moby Dick, de Herman Melville. Había leído un artículo sobre el autor estadounidense y su novela en un periódico que trajo una vecina para enseñar unos modelos a mi madre, a partir de los cuales confeccionaría los patrones para un vestido de fiesta. Desde aquel día había deseado conocer la historia de aquel joven marinero y su obsesiva y autodestructiva persecución de una gran ballena blanca.
Se lo enseñé orgulloso a mi abuela, que asintió con la cabeza, como si me diera su aprobación de la lectura elegida, me invitó a sentarme con un gesto de la mano y me pidió que leyera.
<<Pueden ustedes llamarme Ismael>> - comencé a leer en voz alta.
  Estuve leyendo para mi abuela hasta que oscureció. Mi abuela se sorprendió de mi fluidez en la lectura, mi capacidad para entonar y hacer las pausas necesarias, poniéndole el mayor cariño y pasión a mi lectura. Esa manera de contar se había convertido en algo casi innato, pues había escuchado a mi madre hacerlo así muchas veces. 
Abuela: - No lo ha hecho tan mal tu madre contigo. Al menos en lo que se refiere a tu educación. Pero es obvio que aún eres muy joven y te queda mucho por aprender. Mañana mismo empezarás tus clases.    
   Mi abuela agarró su bastón y le ofrecí mi brazo, para que se apoyara al levantarse. Prefirió cenar sola en su cuarto. Pero antes ordenó que me sirvieran un vaso de leche con galletas antes de acostarme. Pues las cenas debían de ser más bien ligeras en su opinión y así se hacía en su casa.
Esa misma noche conocí de pasada también a mi tía Cristina. Era una joven rebelde e indómita en su carácter y manera de actuar. De una gran belleza como mi tía Marta, pero menos serena que la de su hermana. Me dio un cariñoso beso de buenas noches y me dijo que mañana tendríamos tiempo para conocernos mejor y hablar. Fue mi tía Marta la que después me acompañó hasta mi cuarto. Entonces aproveché para preguntarle.
José: - Tía Marta, ¿cuando me llevarás de nuevo con mamá?
Tía Marta: -  ¿Ya te has cansado de nosotras?
José: - No... Pero mamá está allí sola... Se me ocurre que podría venir aquí también y leer a la abuela. Estoy seguro de que a la abuela le encantaría escucharla.
Tía Marta: - Sabes que eso no puede ser. Tu madre tiene mucho trabajo...
José: - Pero puede coser aquí. He visto como bordabas esta tarde. Además la doncella sabe zurcir si se lo pedimos, podríais entre las dos ayudar a terminar antes su trabajo a mi madre. Y esta cama y este cuarto es muy grande. A mí no me importa compartirlos con ella.
Tía Marta: - José, olvídate de momento de ver a tu madre. Te prometo que yo misma te llevaré a verla cuando sea posible. Pero por ahora no puede ser. Además tienes aún mucho que aprender con tu profesor nuevo, al que conocerás mañana y así poder hacer sentir orgullosa a tu mamá. Y ahora ven... Me dijiste que no tenías nada de tu padre.
Tïa Marta: - Toma. Te he traido algo. Este caballo pertenecía a tu padre. Era su juguete preferido.   
José: - ¡Qué bonito es!
Tía Marta: - ¿Te gusta? Ahora es tuyo.
José: Gracias, tía Marta.
Tía Marta: - A tu padre le hubiera gustado que tú lo tuvieras...
José: - Lo guardaré como un tesoro...

   A la mañana siguiente mí tía Cristina entró en mi cuarto y corrió las cortinas despertándome. Entreabrí los ojos y por un momento pensé que dormía en casa con  mamá. Me sobresalté al no reconocer las luces y colores de la estancia. Pero pronto recordé el día anterior y me situé en el lugar en que estaba, incorporándome en la cama, mientras observaba a mi tía revolver en el ropero.
Tía Cristina: - Buenos días, pequeño. Veamos que tienes por aquí.

Tía Cristina: - Hmm... este lazo rojo y esta gorra están bien. Ponte esto... 
Tía Cristina: - Apresurémosnos. La abuela te espera. Vais a desayunar juntos.
  Mi tía me ayudó a vestirme. Era puro nervio. Me abrochaba los botones a una velocidad inusual.

José: - ¿Tú también desayunarás con nosotros, tía Cris?
Tía Cristina: - No, yo ya he desayunado y voy a salir. Bastante tendré que aguantar a mamá en la comida. Ya estás. ¡Pero qué guapo eres! Mmmmuack...
   Mi abuela me esperaba sentada en la mesa. 
Abuela: - Se te han quedado pegadas las sábanas esta mañana. Son las ocho y doce minutos. Entiendo que hoy estuvieras cansado del viaje de ayer pero a partir de mañana te levantarás a las siete todos los días. En esta casa hay unos hábitos y el desayuno se sirve a las ocho en punto. Odio esperar.
   El aroma del café me atrajo y miré la jarra con ojos de deseo. Mi abuela pareció leerme los pensamientos.
Abuela: - Puedes tomar zumo y leche. Pero eres demasiado joven para tomar café. También tienes bollos, tostadas o algo de fruta.
José: - ¿Abuela, podré ir al lago que vi desde el carruaje ayer?
Abuela: - Hoy empezarás tus clases con el profesor Clever. Darás cuatro horas cada mañana y una hora y media por la tarde de lunes a viernes. Sus honorarios no son precisamente escasos. Espero que sepas aprovechar bien sus clases. Si te aplicas, esta tarde después de cumplir con tus obligaciones, podrás también jugar un rato. Las excursiones fuera de la casa las dejarás para los fines de semana.
Mi tía Marta me contó que el  profesor Clever era un excelente profesor, una eminencia en conocimientos de historia, biología, lenguas antiguas y matemáticas.
  El señor Clever llegó puntual cuando el reloj del salón tocaba justo las nueve. Saludó cortés a mi tía e intercambiaron unas breves y galantes palabras, después de las cuales nos dejó solos a los dos.
 Profesor Clever: - Muy bien, jovencito. Tenemos mucho trabajo por delante.
 El profesor me resultó una persona de lo más interesante. Empezamos repasando mis conocimientos de cálculo y aritmética.
 Después pasamos a ver un poco de historia con el descubrimiento de América. Y terminamos con una clase de gramática latina.
 Mi nuevo educador conseguía despertar mí un interés nuevo por el conocimiento. Deseaba saberlo todo y me gustaba escucharlo atento para empaparme bien de su saber.
   A mediodía nos reunimos entorno a la gran mesa del salón, mi abuela, mis dos tías y yo. Dorotea nos sirvío la comida.  A veces la abuela le echaba una mirada severa y Dorotea se ponía nerviosa. Luego no daba una. Temblorosa servía las bebidas.
 El huevo, el champiñón laminado y el cochinillo estaban deliciosos. Cogí un bollo para mojar en la salsa y felicité a mi abuela por la comida, creyendo que ella era la autora de semejantes manjares. .
Abuela:- La comida es cosa de la cocinera. No es de una dama estar entre fogones.
  Callé entonces algo sorprendido. Y sentí la textura tierna del bollo entre mis manos. A mí izquierda había una bandeja llena de esos bollitos. Se me ocurrió guardar uno en mi bolsillo y llevárselo a mamá. A ella le encantaba el pan blandito de miga blanca.
   Pero mi abuela descubrió mis intenciones.
Abuela: - ¡José! ¡Qué haces con ese bollo! ¿Pensabas guárdarlo en tu bolsillo?
Tía Cristina: - Si te quedas con hambre, sólo tienes que decírselo a Dorotea, ella te preparará lo que desees.
José: - No era para mí... Era para mamá...
Tía Marta: - La abuela quería decir que en esta casa no pasamos hambre. Pasaremos carencias de otro tipo pero físicas no... Tranquilo, cariño, cuando vayas a ver a tu madre, yo te acompañaré a la panadería y le llevaremos todos los bollos tiernos que quieras.
   No entendí mucho las palabras de mi tía sobre las carencias que pasaban en aquella casa. Pero la abuela le recriminó por beber vino con la comida y el resto de la comida nadie habló.
   Mi abuela salió a misa acompañada por Dorotea. El profesor Clever me dejó libre media hora antes y pasé la tarde jugando en el salón. A mis tías se les hacían poco los juguetes para mí y llenaron el salón de todo tipo de juguetes. Incluso Sebastián, aprovechando la ausencia de mi abuela subió y estuvo jugando conmigo.
Disfruté mucho toda la tarde con las ocurrencias de Sebastián, al que se le daba fatal hacer de villano, pero que me hacía reír como nadie, ante la mirada amorosa de mis dos tías.
Tía Cris: - ¿Crees que la olvidará?
Tía Marta: - Eso es imposible. Pero haremos que al menos él sí sea feliz en esta casa...
                                                 CONTINUARÁ...

7 comentarios:

  1. Que maravilla, nunca me cansaré de decírtelo!! menudo talento tienes, seguiré con estusiasmo la continuación de la historia!! Besos!!

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  2. Esta historia me hace disfrutar y sentir pena a la vez. Todo está muy elaborado, me encanta la casa, los muebles, los vestidos... Siento pena por José, que siempre está pensando en su mamá el pobre. Parece que lleva una buena vida en su nuevo hogar, aunque esas últimas palabras de las tías Marta y Cristina me han resultado un poco siniestras...

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  3. Espero que no se les pase por la cabeza separar al niño de su madre de modo definitivo. Él sin duda no va a olvidarla fácilmente pero... es un niño, aún muy pequeño, y fácil de engañar; ojalá su inteligencia y su buen corazón no lo permitan. La abuela, sin duda en gran parte por su culpa, se ve que es una persona solitaria, aunque esté tan rodeada de gente, pero ni sus propias hijas parecen tenerle amor, más bien temor. Las fotos, con esos colores y detalles tan dulces, me han metido en ambiente por completo, hay como una pátina de años que da credibilidad a la historia y la colman de sensaciones que no son solo visuales, por eso me gusta tanto, porque me hace sentir muchas cosas al leerla, no es solo una colección de frases bonitas con ilustraciones, tiene corazón. Además de la abuela, se van dibujando las personalidades de otros personajes, Marta y Cristina, e incluso Joaquín, que resulta no ser tan estirado como se podría pensar. Pero es sin duda José quien me tiene encandilado, no se queja, no piensa mal, no tiene prejuicios, y en cambio es capaz de entender la importancia de recibir ese caballito de su papá, y cuando se guarda ese bollito me hizo sonreír con los ojos húmedos... una verdadera maravilla.

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  4. Muy buen capítulo, teñido por completo por la constante añoranza de José por su madre, adornado con las ostentaciones de la casa: la decoración, los juguetes que le proporcionan a José, la comida, la sirvienta... No sé si te habrás inspirado en Heidi, pero por lo menos a mí hay muchísimas cosas que me han recordado a Heidi: la tía que se lleva a José a una casa grande, Sebastián, la abuela severa, el hecho de que José quiera llevarse un bollito de pan blanco para su madre y se lo esconda, las lecciones... Eso me gusta mucho porque es como revivir las sensaciones que experimentaba cuando veía esa entrañable serie de dibujos. Me gusta mucho esta historia y sobre todo cómo la cuentas. Enhorabuena.

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  5. Otro precioso capítulo de los Bonmatí. Que tensión cuando José conoce a su abuela, ¡da miedo con esa mirada y cara de enfadada! Es muy estricta y no pasa ni una. Es de esas personas con las que no sabes como comportarte. Por un lado le dice que hable pero cuando coge confianza, le pide que se calle. Me encanta la biblioteca que te has montado, que bonita. Juntando esos muebles queda genial. Luego con todos esos detalles, como los juguetes, el reloj de oro, los platos y cubiertos o la comida le das a esta historia todavía más categoría, cuidando todos los detallitos. Las tías de José, Marta y Cristina son un encanto. Las noto desencantadas con su madre, cansadas de sus exigencias. Han debido pasarlo realmente mal...aunque no les haya faltado de nada, el amor y la comprensión son lo más importante, y más de una madre. Menos mal que cuenta con ellas y con Sebastián, ahora su compañero de juegos. Me da mucha pena, desea ver a su madre y piensa mucho en ella. Que dulce cuando dice que no le importaría compartir habitación con ella o cuando se guarda el bollito. Que mal lo debe estar pasando sin su hijo... Inma, esta historia me tiene enganchadísimo. Es como esa series que termina y ya estás deseando saber como sigue. Un besicoo!

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  6. Hola Duclack! Gracias por este nuevo capítulo. Aunque la abuela desde luego no cuenta con mis simpatías, diría que no ha aprendido nada de la vida. En fin, espero que José, consiga sacarle su lado humano.

    Un saludo!!!

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  7. Nunca me cansaré de apreciar lo maravilloso de tus publicaciones, me volvería loca tendiendo en casa esa cantidad de detalles!! Tus historias acaban atrapando, aun no he leído Moby Dick, es una de mis lecturas pendientes!! Los personajes, parece que cobran vida. Besos!!

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